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Ana Isabel UGALDE GOROSTIZA, EHU
2010 es un año redondo para Mondragón, ya que se cumplen 750 años de la carta puebla que posibilitaría el nacimiento de la localidad. Y aunque sea a modo de recordatorio, considero que es una fecha digna de ser guardada en la memoria.
Desde que en 1200 Gipuzkoa pasara a pertenecer a Castilla, según todos los indicios como consecuencia de una conquista, la política de los reyes castellanos se centró en un incremento del proceso urbanizador, al igual que sucedió con el resto de los reinos europeos de la época. El rey de Navarra Sancho el Sabio había fundado San Sebastián hacia 1180 y, posteriormente, los reyes castellanos fundarían otros 25 núcleos urbanos hasta finales del siglo XIV, núcleos reducidos, eso sí, pero que conformarían una importante red urbana teniendo en cuenta que se trata de una provincia tan pequeña.
En un principio, su objetivo sería urbanizarla la costa (Hondarribia, Mutriku, Getaria y Zarautz), ya que los puertos siempre fueron núcleos estratégicos, al garantizar el tránsito de mercancías y personas. Posteriormente, intentarían enlazar la costa con el interior, creando en 1256 las localidades fronterizas con el Reino de Navarra (Tolosa, Ordizia y Segura) y, posteriormente, con el Señorío de Bizkaia: Mondragón en 1260 y, 8 años después, Bergara. El proceso urbanizador continuó ininterrumpidamente hasta concluir a finales de siglo XIV con la fundación de otras cinco villas a petición de los pobladores.
El modelo de organización de estas villas eran los Fueros. Así, a las villas costeras les sería otorgado el fuero de San Sebastián y a las del interior el de Vitoria, que fue el que se concedió a Mondragón. Ambos fueros eran de la época de Sancho el Sabio de Navarra y su objetivo era intentar atraer nuevos pobladores, así como dar facilidades para el surgimiento de núcleos burgueses que, gracias a su autogobierno, se desligaran de la pequeña aristocracia local y tuvieran relación directamente con el rey.
La carta puebla de Mondragón es similar a cualquier otra de la época. La otorgó el rey Alfonso X de Castilla en San Estaban de Esnatorafe, Jaén, junto con su mujer y sus dos hijos. Se trata de un documento jurídico sumamente simple, pero suficiente para dar inicio a una fuerte transformación en el valle de Léniz en 1260, ya que supuso la ruptura con el régimen de los señores de la pequeña aristocracia local y abrió las puertas a una nueva forma de vida urbana.
Básicamente, el documento decía lo siguiente: la nueva villa recibiría el nombre de Montdragon, en lugar de Arrasate, y en lo sucesivo se regiría y se organizaría mediante el fuero de Vitoria. Pero dicho fuero no se otorgó únicamente a los habitantes de Arrasate de entonces, que, con toda seguridad, serían más bien pocos. Había que atraer nuevos pobladores a los cuales también afectaría el Fuero, es decir, a los que agora y son cuemo a los que serán daqui adelante para siempre jamas.
Así, la totalidad de los habitantes de Mondragón disfrutarían de los derechos (privilegios, según el lenguaje jurídico de entonces) reconocidos por el Fuero, de los que carecerían durante mucho tiempo los habitantes de Aretxabaleta o Eskoriatza, que continuaron bajo la jurisdicción de la autoridad del Conde de Oñati, así como los de Aramaio, sometidos a los señores de Muxika y Butrón.
En primer lugar, un nuevo corpus jurídico que rompía con el ordenamiento anterior. Los habitantes de las villas eran libres y no estaban sometidos a los señores de aristocracia local; elegían al alcalde, no tenían que realizar el servicio militar y tenían derecho a labrar las tierras comunales. Además, tenían derecho a construir un núcleo urbano amurallado donde realizar otro modo de vida basado en el desarrollo de la artesanía, el comercio y la industria. Todas estas particularidades conseguiría Mondragón una vez le fuera otorgada la carta puebla, en 1260.
Poco después, en 1262, el mismo rey otorgó a los mondragoneses un privilegio sobre el hierro, a petición del los propios ciudadanos, que se convertiría en la enseña de la nueva villa: consiguieron dejar de pagar un impuesto sobre el hierro, que por aquel entonces se solía pagar en Pascua, así como el derecho a trabajar el hierro en el mismo Mondragón y en ninguna otra parte, utilizando para ello el carbón y los bosques que necesitaran. El uso de los bosques daría lugar a frecuentes litigios con la aristocracia local y, especialmente, con el conde de Oñate, por dirimir si la titularidad de dichos bosques correspondía a estos señores feudales o a los habitantes de Mondragón.
Mondragón en su fundación era una pequeña localidad, pero esto cambiaría rápidamente, ya que en 1353, los habitantes de las anteiglesias de Udala, Uribarri, Garagartza y Gesalibar, así como los de Oleaga, Erenusketa e Isasigain, hartos de los señores y sus allegados que no les ocasionaban más que robos, perjuicios, maldades y barrabasadas, solicitaron su pertenencia a la villa.
Esta nueva situación se reflejó también en el paisaje, ya que la nueva villa se construyó amurallada, en otro lugar y totalmente planificada. Fue entonces cuando surgió el concepto de calle tal y como lo conocemos en la actualidad para referirnos al casco antiguo y al modo de vida urbano. Los habitantes de la villa serían kaletarrak, urbanos, en contraposición con los pobladores de los alrededores, baserritarrak o campesinos.
La nueva villa tenía forma de almendra, estaba formada por tres calles y cantones en los que residían unas 170 familias en el interior de la muralla, que hasta contaba con un camino de ronda. A cada familia le correspondía una parcela de unos 8 metros de fachada que daba a la calle y unos 12 de profundidad. Sin embargo, la tarea más urgente para los ciudadanos sería levantar la muralla, que era algo irrenunciable, entre otras cosas porque les garantizaba su protección, era el núcleo del nuevo ordenamiento jurídico, el distintivo de la villa, la frontera entre la calle y el caserío. Esta muralla supondría un volumen de trabajo ingente para los habitantes de la villa. Para llevarlo a cabo consiguieron diversas exenciones fiscales, por ejemplo en 1281 y en 1305. En 1353, cuando los habitantes de Udala y Ugaran solicitaron su incorporación a Mondragón, aceptaron el pago de una multa para la construcción de la muralla, en caso de echarse atrás y cambiar de opinión.
Plano del libro Geografía de Guipúzcoa, de S. Múgica, hacia 1917. Se observan los cauces originales y los distintos nombres de los ríos, Santa Bárbara y, en la parte superior, la parte vieja, junto al arroyo Aramaio. No aparece Arrasate.
Aun cuando se concedieron facilidades para residir en la nueva villa, no fue tarea fácil llenarla de habitantes. A los campesinos les costaría mucho iniciar un nuevo modo de vida hasta entonces desconocido para ellos. Los documentos recogidos a lo largo de los años dan constancia fehaciente de esas dificultades. Por ejemplo, cuando se dice en 1262, 1305, 1326 y 1332 que se poblarie por y mejor la villa o para que el dicho lugar se pueble mejor.
Pero poco a poco fue llenándose de gente y, a igual que ocurría en el resto de las villas medievales, con el tiempo fueron surgiendo arrabales en el exterior de la muralla. Así, en los documentos posteriores al siglo XV se mencionan con relativa frecuencia los de Gazteluondo, Zarugalde y la Magdalena. En la Magdalena estaban situados a finales del siglo XIV el hospital de San Lázaro y la ermita de la Magdalena, que acogían a leprosos y peregrinos. En siglos posteriores, se construirían tres conventos: El de la Concesión y el de Zarugalde, de monjas, y el de San Francisco, de monjes. Olarte sería conocido por ser zona de ferrerías que se ubicaron en ese lugar aprovechando el cauce del río.
Cuando la villa alcanzó su plenitud, al no haber sitio suficiente para todo el mundo, las parcelas originales se dividieron por la mitad y, en vez de ser de 8 x 12 metros, pasaron a ser de 4 x 12. Asimismo, comenzaron a construirse pisos en las casas. Pertenecen a aquella época, por tanto, los actuales edificios estrechos, oscuros y largos. ¡Eso sí! Los habitantes ricos intentaron conservar sus grandes casas y, si podían, ampliarlas, comprando los edificios de al lado. Todo esto es fácilmente demostrable con una simple mirada en torno a la plaza.
Erdiko Kalea vista desde la plaza. Casas construidas en parcelas de diferentes tamaños. A la izquierda, se puede ver una media parcela. En primer plano, asientos y mostradores acondicionados para el comercio de los campesinos (fotografía de Jose Mari Bergaretxe).
Testigo de lo anteriormente mencionado es la canción dedicada a mediados del siglo XV por Santxa Hortiz, hermana de Peru García de Oro, a la hermana de Milia de Lastur, que vivía en una gran casa: Gizon txipi sotil baten andra zan / Ate arte zabalean ohi zan / Giltza porra handiaren jabe zan (“Ella fue esposa de un hombre pequeño y hermoso, habitó en casa de gran portalón, fue dueña de un gran manojo de llaves”).
Pequeñas o grandes, las casas estaban hechas de madera, por lo que la villa fue pasto de las llama sen varias ocasiones. Según dicen, 2 horas eran suficientes para que ardiera la totalidad del núcleo urbano. Está comprobado que, al menos, se produjeron terribles incendios en los años 1305, 1448, 1477, 1489 y 1516, así como posteriormente en diversas ocasiones. Para evitar esos desastres, en 1489 se redactaron unas ordenanzas que regulaban la forma de construir casas y calles. Dichas ordenanzas son de gran belleza y, aunque estén escritas en castellano, el escribano Martin Peres ordenó al pregonero Garcia de Sasieta que las diera a conocer “tornándolas a la lengua vazcongada”.
En lo sucesivo se promulgarían diversas leyes y norma sen el mismo sentido.
Pintura que rememora el incendio acaecido el 16 de diciembre de 1666, en el retablo de la parroquia de la Virgen del Rosario.
Aquella vieja villa no tenía ni plaza del pueblo ni ayuntamiento. No fue hasta el siglo XVIII cuando se levantaría el maravilloso edificio barroco y se construiría la plaza. En ese siglo también fueron reformadas las puertas de la muralla, sustituyéndolas por arcos. En 1780 trasladaron el arco de Gazteluondo al Portal de Abajo, y el de ahí arriba, ya que aquél era más elegante y en su nuevo emplazamiento luciría más.
Arco de Gazteluondo, que fue trasladado en 1780 al Portal de Abajo. La cruz se instaló en 1884 y el arco fue derribado en 1907 (fotografía de Jose Mari Bergaretxe).
Hemos mencionado anteriormente que la nueva villa se ubicó en un emplazamiento distinto al que ocupaba el original núcleo poblacional, tal y como ocurrió con la mayoría de las villas de la época. Así, aquellos primitivos pobladores abandonaron Arrasate y se dirigieron al otro lado de la colina hoy conocida como Santa Bárbara, donde fundaron la villa. El poblado original de Arrasate, por lo tanto, fue abandonado, y únicamente está documentada una ferrería a finales de la Edad Media (en las postrimerías del siglo XV) que permaneció hasta convertirse en una fábrica de harina en el siglo XIX y, posteriormente, en panadería. En la actualidad casi no queda rastro alguno del paisaje original, ya que se encuentra totalmente transformado.
No estaría mal proporcionar unos apuntes sobre Arrasate, aunque solo sea por el debido respeto a la corrección histórica. Mucho se ha escrito desde hace tiempo sobre la etimología misma de la palabra Arrasate, pero muy pocos ha mencionado dónde estaba ubicado. Afortunadamente, los más viejos del lugar lo han conservado como topónimo y pueden ubicar con exactitud Arrasate o Arrasategain. Los documentos no hacen sino corroborar lo anterior y en más de una ocasión lo recogen, pero siempre referido a un lugar en concreto, nunca al nombre de la villa, a la que denominan Mondragoe.
¿Dónde estaba, pues, Arrasate? No es difícil la respuesta. Por arriba se extendía hasta la cima de Santa Bárbara y por abajo hasta el meandro del río Deba, en la actualidad desaparecido fruto de la canalización del río. Pero, una vez más, por fortuna, haciendo un pequeño esfuerzo, aún lo podemos localizar. Al urbanizar el barrio de San Andrés, se construyó una nueva calle junto al río a la que se denominó Errebuelta. Ahí es donde se encontraba Arrasate, en torno a lo que desde 1910 es el Paseo de Arrasate.
Detalle del plano de Mondragón de 1905. Fábrica de harina de Arrasate, junto a la curva del río Deba (también llamado “Río Aretxabaleta”). También se observan los caseríos Uribarzubi, Munar y Etxaluze, en la actualidad desaparecidos. En la parte superior, el óvalo superior de Santa Bárbara.
Como se puede apreciar en los planos antiguos, Arrasate se encontraba en una pequeña planicie formada entre dos arroyos procedentes de Aramaio y Aretxabaleta, pero hacia el lado de San Andrés, no hacia el lado de Uribarri, y se extendía hasta el actual Intxaurrondo.
Para construir la nueva villa, en lugar de Arrasate, escogieron la otra parte de la colina y levantaron Mondragón. Arrasate quedó despoblada y, en lo sucesivo, los documentos únicamente nos refieren la existencia de algún campo de cultivo, varias ferrerías y una casa que se encontraba cerca de Gazteluondo.
El nombre Mondragón otorgado por el rey de Castilla al nuevo núcleo urbano se transformó en Mondragoe en el habla de sus habitantes y así ha permanecido hasta la actualidad, sin ningún tipo de disputa, diferenciando claramente Arrasate y Mondragoe. Es innegable que el origen etimológico del nombre Mondragoe es romance, sin embargo se trata de un nombre euskaldun, ya que es fruto del uso dado al nombre por los euskaldunes del lugar durante más de 500 años.
Así consta, igualmente, en las canciones vascas que se conservan desde la época medieval. Así, después de la quema de 1448, se dice que los bergareses habían proclamado Erre dezagun Mondragoe (“Quememos Mondragón”). O, como cantó la hermana de Milia de Lastur después de la muerte de esta, Mondragoeri hartu deutsat gorroto (“Tengo odio a Mondragón”).
Sin embargo, en la actualidad, los límites y los significados de ambos nombres han variado totalmente. Mondragoe casi ha desaparecido del lenguaje y en su lugar se usa Arrasate, como si fueran la misma cosa. Arrasate es un topónimo muy importante en la historia de Mondragón, pero, en mi opinión, no podemos confundir el uno con el otro, en nombre de un purismo mal entendido. Los topónimos nos hablan de una historia muy nuestra y nos ofrecen más información de la que creemos. Los nombres son un tesoro inestimable para que sepamos quiénes somos.
El Mondragón surgido en 1260 ha llegado hasta 2010, después de 750 años. Nos guste más o menos, nos plazca o no, el Mondragón actual es fruto de aquella carta puebla.
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